El día 5 de Mayo de 1706 el volcán de Arenas Negras sepultó la Villa de Garachico. (Por Carmen Hernádez)

En un día de primavera la Perla de Nivaria como la llamaron en su tiempo, Garachico, se despertó con su aire limpio y el cielo tan azul como azul era el mar que bañaba su próspero puerto, el mas importante de la Isla de Tenerife, donde diariamente fondeaban toda clase de naves llegadas de los confines del mundo. También contribuían al florecimiento y prosperidad del Puerto de Garachico, la posibilidad de abastecimiento de los navíos en su vuelta a Las Américas, el cultivo del gusano de seda y el de las viñas famosas, generadoras de los Malvasías que eran los más apreciados en el mundo en aquella época.

En esta Villa de Garachico de aquellos años, todos los oficios en torno a su actividad económica, estaban representados en el lugar; carpinteros para la reparación de los navíos, toneleros para el almacenamiento y transporte del vino y los tradicionales Lagares, en donde se elaboraban los caldos que dieron fama a la zona de Daute, donde se cultivaban las dulces y doradas uvas que se exportaban al Reino Unido como monopolista del consumo en los primeros tiempos.

Desde la fundación de la ciudad en 1496, la villa adquirió notoriedad gracias a su puerto. Además, en 1575, se construyó el Castillo de San Miguel, para defensa de los posibles ataques de los piratas que en aquella época proliferaban por nuestros mares. Este castillo, que hoy aún se puede contemplar en la avenida marítima de Garachico, se salvó de las lavas del volcán y fue restaurado después de la erupción de 1706.

Garachico poseía por aquel entonces tres conventos de religiosos y dos de monjas, casa señoriales donde vivían caballeros de títulos nobiliarios y de órdenes militares, ademas de una Iglesia Parroquial y hasta un Hospital, dando una idea de la importancia de este puerto tinerfeño al que se le llamaba, “Garachico, puerto rico”, que sin lugar a dudas era la ciudad mas próspera de Tenerife a principios del siglo XVII.

Pero aquella mañana de la primavera de 1706 la Montaña Negra reventó por encima del risco que dominaba el bello puerto y la ciudad de Garachico. Entonces un torrente abrasador de piedras y lava se dividió en dos brazos de fuego y cubrió buen aparte de ella, mientras los habitantes apenas tenían tiempo de huir de aquel manto terrorífico que se les venia encima sin remisión. Hombres y mujeres, niños, enfermos y ancianos, unos a pie y otros a caballo, huyeron de aquella ciudad llevándose apenas posesiones, porque no dio tiempo a salvar nada mas.

Así, el prometedor presente y futuro de Garachico quedó bajo las negras lavas del aquel volcán que, desde entonces, sigue durmiendo. La nueva Garachico, construida sobre las coladas que destruyeron y enterraron la anterior, la sigue recordando siempre con nostalgia. En algunas ocasiones se ha intentado excavar en alguno de sus rincones con la esperanza de rescatar al menos parte de sus tesoros, sobre todo el de un famoso navío, La María Galante, que acababa de fondear en su puerto y que contenía oro para el Rey de España, y otros importantes cargamentos consistentes en cacao, polvo de tabaco, abanicos y filigranas, amen de hierbas y cortezas medicamentosas.

Pocos edificios se salvaron de aquella tragedia. Hasta ocho brazos de lava se abatieron sobre la ciudad y la calcinaron sin piedad, quedando en la historia de las islas como la catástrofe volcánica mas destructora de nuestra historia conocida.  Y hoy, cuando visitamos la Villa y Puerto de Garachico y contemplamos las coladas de lava que se descolgaron por el farallón y que son la memoria visible de aquella terrible erupción, nos preguntamos con cierto temor… ¿Volverá a suceder?

Se dice, y siempre es una verdad, que el mar recupera lo suyo, y que el volcán también tiene sus cauces naturales que no se deben invadir. Ahora que Garachico, después de 300 años de espera para volver a tener su puerto, un puerto que lo volverá a comunicar con el resto del mundo como fuera en los mejores tiempos de su historia, deberá recordar que sigue teniendo a sus espaldas un volcán mortífero, que ya sembró la destrucción una vez y que ojalá no vuelva a repetirse tan terrible calamidad.

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